Salud por la plaza de la cultura de Santamaría (A pesar de los sentimientos encontrados)
1:18 a.m. / Comments (0) / by kbto
22 de junio de 2012. Una fecha rara, de sensaciones entremezcladas. Una tarde definitivamente poco “tradicional”.
Ocurrió que tuvo lugar la primera actividad desligada y no compartida con las detestables corridas de toros en la plaza de Santamaría, antes plaza de toros, hoy plaza de la cultura.
Y es que precisamente eso fue lo que hubo, cultura. Pero cultura ética, no como aquella que tratan de defender los amantes de la tauromaquia como cultural, simplemente validada por la fuerza de la costumbre, vacía de cuestionamientos sobre su contenido moral. Esa costumbre que ellos llaman tradición, esa tradición de la arbitraria y abusiva explotación especista.
Mandalas, círculos y figuras simbólicas y mágicas dibujadas sobre una arena que aún huele a sevicia sangrienta. Jardines y arboles que parecían doblegar ese abono macabro. Mensajes de paz formando un arbusto. Paralelo a todo esto, una serie de actos y performances teatrales, acompañados de música de bajo volumen para no afectar las normas impuestas por una tutela de los vecinos de la plaza, que les pareció terrible que hubieran conciertos allí, pero que nunca pareció importarles la gran bulla demencial de los vitoreos de la afición taurofila sedienta de alcohol y sangre y su banda sonora, las bandas que tocaban pasodobles y relacionados, una de ellas, la banda presidencial.
Una convocatoria al acto muy sobre el tiempo, pero que a pesar de ello, logró congregar a un buen número de personas que incrédulas asistían a un escenario con los papeles modificados irónicamente. Asistentes anti corridas entrando a la que era el templo de la muerte y afuera, agazapados en su ira los taurofilos, vociferando derecho a un “trabajo” (el de asesino) y las alusiones clásicas, absurdas y ya anotadas de cultura o arte para defender lo indefendible. Aduciendo derecho a libertades, de esas que implican pasar por encima del otro, esas que por ello son un atentado a la bella palabra libertad. Haciendo lo que siempre han acusado a los antis, violentar a los que entran. Y lo hicieron y esto dio paso a lo más raro de todo: Por primera vez, la policía estaba para reprimir a los taurófilos. Escena tan extraña para nosotros como activistas animalistas, que por ello perdimos un poco de tiempo observándola con curiosidad, digiriéndola para tratar de atestiguar su veracidad.
Ya dentro de la plaza una nueva sensación de incredulidad, pero esta vez magnificada por la visión de los territorios de la muerte rondante y palpable. Una energía apabullante que intranquiliza, a pesar de que no estuviera ocurriendo ningún acto malévolo. Claro, en este momento la vida se esta abriendo camino, pero han sido tantas las historias de crueldad, de dolor, de ignominia, que se van a tener que hacer muchos espectáculos de estos para mermar ese álito maligno que destila cada ladrillo, que pareciera vomitar tantos gritos ahogados de aquellos que querían escapar de su tormento y solo lograron obtener tortura, asesinato y desmembración. En definitiva y a pesar de reconocer el gran paso dado, gracias a la por fin oportuna valentía de un funcionario público que hizo lo que ellos tienen la obligación de hacer: hacer caso a la voluntad popular, en definitiva no me sentí feliz. Se supone que debía estarlo. Hubo tantas personas que me felicitaron, quizás creyendo que por fin había cumplido mi objetivo, aquel de tantos años de desvelos y grandes esfuerzos. Pero no. Como sentirme feliz si primero, aquí no se ha ganado nada. Se dio un gran pequeño paso: la prohibición del uso de la plaza de Santamaría para realizar corridas de toros. Pero aun no están abolidas, ni aquí ni en Colombia, ni en los pocos países que la practican. Me sentiré feliz cuando se logre la abolición de la tauromaquia, y en ese momento, tendré solo unos minutos de celebración, pues la esclavitud animal continuará y yo tendré que seguir trabajando por los animales en los frentes de otros síntomas especistas diferentes a la tauromaquia, pero igual de reprochables. Seguiré, así como tantos otros y otras que no desfallecen a pesar de tamaña empresa. Y segundo: No me podía sentir feliz en el lugar del tormento de tantos. En otras palabras de lo que ya expresé: se respiraba un halo macabro en ese lugar, que solo permitía cierta tranquilidad por el valioso paso dado, pero con la convicción del recuerdo de los que rescatan la memoria histórica y no olvidan y hasta no perdonan. Aquí ocurrieron crímenes de lesa animalidad, que no están incluidos en las leyes, pero que en los términos de la moral no antropocéntrica, son execrables. El dolor aun retumba luego de tantas transgresiones inconcebibles a la vida y a la integridad de seres sintientes y eso no me dejó tranquilo. Recorrí los pasillos, los recovecos. Me asquee de tantas placas en honor a los asesinos, pero las aproveché para perpetuar el momento por medio de pictogramas que intentaron ser conceptuales. Momento aprovechado para izar los estandartes de la lucha.
Me hubiera gustado compartir el momento con muchas más personas de la lucha. Tantas batallas con tantos protagonistas que por x o y razón no asistieron. Tantas personas que hubieran podido dar el testimonio de la lucha sin cuartel, pero incógnita, no publicitada por los maquiavélicos intríngulis de los nuevos e inconsultos poderes surgidos. Pero independientemente de todo esto, lo realmente bello fue que las personas del común se acercaran poco a poco al monumento a la muerte, a retarla por medio de los nuevos usos de su casa. A metérsele al rancho y burlarse por fin en su seno. A levantar un grito tantas veces atascado, porque al ciudadano del común se le atraganta en pos de su vida normal (En eso tenemos ventaja los activistas, que levantamos todo a gritos y con el puño en alto, así nadie nos escuche).
Y así fue esa primera vez. No quise llevarme arena como trofeo, como si lo hizo otro amigo. No me sentía cómodo con la idea de la arena de cementerio, aunque entendiendo el simbolismo tal y como las piezas del muro de Berlín. Bueno, si me la llevé. Mis zapatos quedaron totalmente sucios de aquella arena testigo de tanta infamia, pero que por primera vez tiene la perspectiva de un futuro de amor por la vida, que definitivamente tiene que ser blindado.
Aun con todos estos sentimientos encontrados, salud por el momento, salud a los y las activistas de ahora y siempre, salud a los y las ciudadanas, salud Alcalde, salud por la posibilidad, salud por los que ahora están afuera, esperando que les baje la borrachera de la demencia ciega que los ha tenido postrados en la siniestra indiferencia frente al ser del otro que no es de su especie. Salud por las luces tenues que se asomaron por allí, las que en un futuro ahí si de plenitud resplandecerán, aquellas luces de la liberación animal.
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Carlos Crespo
Fundación Resistencia Natural (REN)
Por una cultura de liberación animal
24 -6-2012
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